“Un fuego perpetuo arderá sobre el altar, no se apagará.”
— Levítico 6:6
La parashá Tzav continúa con la temática de los korbanot (ofrendas) iniciada en la parashá anterior, pero desde una perspectiva distinta: mientras Vayikrá se dirigía principalmente al pueblo de Israel, Tzav se enfoca en las responsabilidades de los kohanim, los sacerdotes encargados de realizar el servicio en el Mishkán (el Tabernáculo).
Este cambio de enfoque no es menor. Nos permite ver que la vida espiritual no es solo una cuestión de inspiración o sentimiento personal. También requiere disciplina, estructura y continuidad. El servicio sagrado, como veremos, se sostiene a través de acciones constantes, muchas de ellas cotidianas y detalladas.
El fuego perpetuo
Uno de los primeros mandamientos en esta parashá es el de mantener encendido el fuego del altar durante todo el día y la noche. Cada mañana, el sacerdote debía añadir leña para avivarlo y asegurarse de que no se apague.
Este fuego no era solo físico; tenía un profundo significado espiritual. Representaba la presencia continua de Dios entre el pueblo, y también el compromiso constante del ser humano en su relación con lo divino. La espiritualidad auténtica no se enciende esporádicamente, sino que requiere cuidado y constancia, igual que una llama que solo permanece si se alimenta con regularidad.
Las vestiduras del sacerdote y el respeto por lo sagrado
El texto describe cómo el sacerdote debía cambiarse de vestiduras antes de manipular los restos del sacrificio. Esta indicación no responde a una preocupación estética, sino a un principio central en el judaísmo: distinguir entre lo sagrado y lo profano.
Cada acto dentro del Mishkán estaba rodeado de una atmósfera de reverencia. Los detalles —desde las ropas hasta el manejo de los utensilios— enseñan que el encuentro con lo sagrado no debe tomarse a la ligera. La rutina también puede ser sagrada cuando se realiza con intención, cuidado y conciencia.
El rol del sacerdote como servidor y guía
En los capítulos finales de la parashá se detalla la consagración de Aarón y sus hijos como sacerdotes. Moisés los unge con aceite, los viste con ropas especiales, y realiza una serie de ofrendas destinadas a su inauguración.
Uno de los rituales más llamativos es la aplicación de sangre en tres partes del cuerpo: la oreja derecha, el pulgar derecho y el dedo gordo del pie derecho. Según los comentaristas, esto simboliza que el sacerdote debe usar su oído para escuchar la voluntad de Dios, su mano para actuar conforme a ella, y su pie para caminar en su camino.
El liderazgo espiritual, en este sentido, no se trata de poder o estatus, sino de servicio. El sacerdote no representa sus propios intereses, sino que actúa como mediador entre el pueblo y Dios, guiando con ejemplo y responsabilidad.
La ofrenda de agradecimiento y la dimensión ética
Entre los distintos tipos de sacrificios, se menciona el korban todá, la ofrenda de agradecimiento. A diferencia de otras, esta debía comerse en el mismo día de su presentación, lo que implicaba que el oferente debía invitar a otros a compartirla.
Esto refuerza la idea de que la gratitud auténtica no se vive en soledad. Al agradecer, la persona reconoce que lo bueno en su vida no es solo resultado de su esfuerzo, sino también del apoyo de otros y, por supuesto, de la intervención divina. Compartir el alimento del agradecimiento convierte el acto individual en una experiencia comunitaria.
Parashat Tzav nos enseña que la vida espiritual se construye con compromiso diario, atención a los detalles y un profundo respeto por lo sagrado. El fuego del altar que no debe apagarse simboliza la necesidad de mantener vivo el vínculo con Dios en todo momento, incluso en los aspectos más cotidianos de la existencia.
La consagración de los sacerdotes nos recuerda que el liderazgo espiritual exige entrega, responsabilidad y humildad. Y las ofrendas, en sus diversas formas, nos enseñan que el culto no es solo un deber ritual, sino una forma de elevar la vida, agradecer, reparar y conectarse con algo más grande que uno mismo.
Este enfoque integral del servicio a Dios sigue siendo relevante. Aunque hoy no tenemos un Mishkán ni un altar físico, sí podemos cultivar una vida en la que la llama espiritual no se apague y nuestras acciones cotidianas reflejen santidad, gratitud y propósito.