Parashá Pekudei (Éxodo 38:21–40:38)
La Parashá Pekudei, última sección del libro de Éxodo, detalla con precisión la finalización del Mishkán, el Tabernáculo portátil que acompañó al pueblo de Israel durante su travesía por el desierto. Este texto es una recopilación minuciosa de los materiales utilizados, la ejecución del diseño divino y la consagración del servicio sacerdotal. Más allá de la arquitectura y el arte, Pekudei transmite un mensaje de fidelidad, orden y santidad.
¿Qué contiene la Parashá Pekudei?
El texto comienza con un registro contable de todos los materiales recolectados y utilizados para la construcción del Tabernáculo, elaborados bajo la supervisión de Itamar, hijo del sacerdote Aarón. Los artesanos Bezalel (de la tribu de Judá) y Oholiab (de la tribu de Dan) lideraron la obra con precisión y habilidad, cumpliendo todo conforme a las instrucciones dadas por Dios a través de Moisés.
Entre los materiales donados por el pueblo destacan:
- 29 talentos y 730 shéquel de oro, como ofrenda elevada.
- 100 talentos y 1,775 shéquel de plata, recaudados como medio shéquel por varón desde los 20 años en adelante (603,550 hombres).
- 70 talentos y 2,400 shéquel de cobre, utilizados en elementos del altar, el atrio y los utensilios sagrados.
Cada metal tenía un uso específico: las bases de la estructura, los ganchos, las decoraciones, el mobiliario y más. Este detalle no es meramente técnico, sino una expresión de precisión espiritual y orden colectivo.
Las vestiduras sacerdotales
Uno de los elementos centrales de Pekudei es la descripción de las vestiduras sagradas confeccionadas para Aarón y sus hijos, destinadas al servicio en el Tabernáculo. Estas incluyen:
- El efod, una prenda hecha de hilos de oro, azul, púrpura, carmesí y lino fino.
- El pectoral, incrustado con doce piedras preciosas que representaban a las doce tribus de Israel, cada una grabada con su nombre.
- La túnica azul, adornada con granadas tejidas y campanillas de oro.
- La diadema de oro puro con la inscripción “Santo para Hashem”, colocada sobre el turbante del sumo sacerdote.
Estas vestiduras no solo distinguían a los sacerdotes, sino que representaban la conexión espiritual entre el pueblo y Dios, cada diseño cargado de simbolismo y santidad.
La culminación del Mishkán
Una vez finalizada la obra, los israelitas la presentaron a Moisés. Al verificar que todo había sido hecho según lo que Dios había mandado, Moisés los bendijo. Luego, Hashem instruyó a Moisés a levantar el Tabernáculo el primer día del primer mes del segundo año desde la salida de Egipto.
Moisés erigió la estructura, colocó cada mueble en su lugar, ungió cada objeto con aceite sagrado, vistió a Aarón y a sus hijos y los consagró para el servicio. Todo fue hecho con exactitud, sin omitir detalle alguno.
La presencia divina llena el Tabernáculo
Finalmente, una nube cubrió el Tabernáculo y la presencia de Dios lo llenó por completo. Moisés no podía entrar porque la nube lo cubría y la gloria de Hashem llenaba el lugar. A partir de ese momento, la nube sirvió de guía visible para el pueblo: cuando se elevaba, el campamento avanzaba; cuando permanecía, el pueblo esperaba.
Este fenómeno marcó el inicio de un nuevo capítulo: Dios había aceptado la morada construida por el pueblo y Su presencia los acompañaría a lo largo de todas sus jornadas.
Pekudei no es solo una lista técnica o un recuento administrativo. Es la expresión tangible de cómo un pueblo puede traducir la voluntad divina en acción concreta. La precisión con la que se cumplió cada mandato muestra un nivel profundo de compromiso y reverencia. La presencia divina no descendió hasta que todo estuvo hecho exactamente “como Dios lo había ordenado”.
En Pekudei aprendemos que la santidad no es improvisación: requiere planificación, dedicación, pureza de intención y trabajo en comunidad. Y cuando todo eso se combina, la consecuencia es clara: Dios habita entre nosotros.